«Es hora de hablar. De decirte claramente lo que pienso del panorama que me ofreces. Que me incitas a observar. Aún no tengo formada ninguna opinión clara de lo que esperas de mí, pero me desordenas con tus ruegos. Pones en tela de juicio cualquier acto mío que no se entienda claramente; cuando lo único que busco es solucionar los dilemas que me persiguen.
»El resultado es una continua lucha por el dominio de la verdad: alternativamente estiramos el sentido de las cosas para que la conciencia que me guía, tome una dirección que se conforme con tus indicaciones o con mis teorías.
»¡Lo que propones es un suicidio emocional! ¡Qué tendría que abandonar para emancipar mi ánimo! ¿La esperanza de experimentar todo lo que deseo? ¿Fracasar en el empeño de consumar con éxito todas las ambiciones? Que, al fin y al cabo, se reducen a una: De múltiples facetas, sí; laberíntica y endemoniadamente atractiva hasta el punto de que, en ocasiones, me convierto en un reflejo corpóreo de tal afán, pero que, ¡es mi destino!
»No existe, me insinúas. Yo no lo concibo así. No alcanzo a tan alto conocimiento: La intuición me basta y me susurra todas las noches que me deje conducir. Que no interprete las manifestaciones del destino como un signo de existencia. Simplemente he de canalizar la energía que me infunde su incierta presencia.
»Lo veo claro y tú me lo quieres arrebatar, pero ya he pactado con él. Y creo que acepta mis condiciones. Sin dobleces. ¿Que procura confundirme? ¿Y qué ambicionas tú, sino desviarme del rumbo acertado que asumí? Ya sabes lo que él piensa del camino y del azar. ¿Acaso no recuerdas que la meta es el abismo hacia el que rodamos inexorablemente, y que por mucho que la esfera altere su rumbo, al final, a pesar de los quiebros, los giros, las estancias y los tiempos muertos, nos colaremos por su boca para ser engullidos?
»¡Eso es! De mucho eludir la atracción fatal del cometido que nos fue asignado, es fácil rebosar los límites de la espiral y caer, con fuerza destructiva, en otros designios no propios. Arramblar con vidas y futuros ajenos. Permitir que aquellos que tanto importan fracasen; mientras desaparecemos en el olvido de lo inacabado.
»Estos son los términos del contrato: Yo accedo a sacrificar mi estabilidad sentimental, a perder la oportunidad de formar una familia, a renunciar a una vida solvente; apartaría cualquier rastro de pasión personal o de ambición de éxito mundano. A cambio, mis palabras serían exactas, lenitivas para aquellos y aquellas que las que las escucharan, pues nacerían del amor por el prójimo; mis actos, encaminados por el ejemplo de la acción, construirán un cimiento cultural para que el hombre nuevo surja de la esencia más pura del ser humano: El renacimiento del individuo fiel a sí mismo y a su condición altruista: germen de una sociedad nueva que sepultará los horrores que la historia ha presenciado.
»Sé por tus desaires que me tachas de iluminado. Atribuyes mis ideas y desvelos a mi mente intoxicada. Sin embargo veo más allá de lo obvio: Me han abierto una puerta reservada y arcana, que sólo es posible franquear en determinadas condiciones de conciencia… más bien de inconsciencia. Es requisito esencial desligarse de la realidad establecida por las leyes del hombre, y abrazar las de la naturaleza. Detrás del umbral aparecen la clave del conocimiento humano y la pócima, que al libar, confiere al inocente la energía indispensable para soportar la soledad del marginado.
»Debes confiar en mí y abandonar tus recelos. El fin que me he propuesto es admirable y la esperanza que me llena me habla con tonos relajantes. Me serena; y esto es nuevo para mí: Indica el camino bien elegido.
»El delirio personal de algunas grandes personas, es el motor que mueve su voluntad de cambio universal: Una vía de doble sentido donde el beneficio de muchos es la exaltación del ego de quien lo procura».
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