miércoles, 27 de abril de 2011

Bares que cobran por tocar

Empresa (dice el diccionario): "Acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo".


La cosa está como está. Es difícil salir adelante y hay gente que decide montar un negocio para tener trabajo: Tu eres tu propio jefe, gestionas tus recursos, eliges la dirección a tomar… y los beneficios son del empresario.

Un trabajador por cuenta ajena necesita ser contratado por una empresa, y a cambio de su labor recibe un salario, acorde con su rendimiento, y NO por el beneficio extra que pudiera acarrear el intercambio (trabajo=sueldo) para el empresario. El trabajador no cobra por lo que se produce, lo hace según tarifas establecidas por convención, costumbre o como se decida entre las partes. Una vez aceptado el trato no es competencia del empleado lo que pueda llegar a ganar el empresario. ¡Para eso corre el riesgo de montar una empresa!

Sin embargo, parece que se quiere generalizar que los riesgos de los empresarios los soporten los empleados (sin ir más lejos, el fraudulento rescate de los bancos, es el ejemplo más extremo de querer enriquecerse sin posibilidad de perder en el negocio: para eso estamos los contribuyentes).

Nadie obliga a montar una empresa, y la posibilidad de no tener éxito es un riesgo que se debe asumir. Es muy fácil aventurarse a algo cuando sabes que la responsabilidad de fracasar la sobrellevarán otr@s, que con su esfuerzo aportarán un ingrediente insoslayable, del que depende el proyecto entero: la mano de obra, el producto final (creativo, artístico, industrial, de servicios, intelectual,etc.), el cimiento donde se apoyará la empresa entera.

En esos cimientos también esta el capital invertido, por eso el beneficio es para quien lo arriesga. Pero el beneficio del trabajador es su salario. No se puede, por ética, moral, sentido común y justicia, salvaguardar las posibles pérdidas del empresari@, quitando parte del merecido sueldo al trabajador que ya ha realizado su parte. ¡Cuando una empresa es rentable, no reparte beneficios con sus empleados! 

¡Que no se nos pida ahora repartir (o arriesgarnos a no cobrar) nuestro sueldo para, si quiera, poder trabajar!



lunes, 25 de abril de 2011

Carta a un compañero

Creo que todo gira y recula hasta el comienzo. Un retorno visceral y emocional a tiempos vividos y aparcados en la memoria más abismal, que sin conciencia clara, afloran en recuerdos súbitos; nos enlazan con antiguos sueños: metas no conquistadas.Y en algunos casos más perturbadores, con miedos enquistados que no reconocemos por haberlos tapado con el día a día, con el trabajo y su rutina, pero que resurgen explosionando, conmocionan tu estabilidad, y se instalan en tus devaneos como un virus informático.

Un día de estos, rebuscando en mis cajones, topé con un mini Marshall que tengo desde los tiempos de La Nave, y un remolino de sensaciones me barrió por dentro: Nostalgia de una época que no viví plenamente y que ahora añoro como algo irrepetible. Las imágenes que me quedaron grabadas, son ahora pequeñas perlas que me hacen comprender lo importante que es enfrentarse con los designios que te marcas de una manera completa, venciendo cualquier tipo de impedimento, veleidad o pereza, pues, como me repetían mis mayores, el tiempo pasa y luego ya no hay lugar más que para lamentos.

Efectivamente, desde entonces no he parado de esconderme de mis anhelos. Construcciones oníricas, ensueños, más tarde potenciados por el cannabis, que se han ido esfumando por esquivar la responsabilidad de aceptar mis carencias, por la torpeza de no airear mis limitaciones. Por infatuar una imagen, que luego se ha revuelto necesariamente contra mí. Es cierto que siento pasión por la guitarra, que disfruto tocando. También es verdad que poseo cierto talento. Pero lo más certero es que siempre he mezclado la falta de arrojo con la pereza; un coctel muy inestable para transportar en el viaje que emprendí al decidir ser músico profesional.

Hubo un tiempo, hasta hace no mucho, que lo que buscaba era cierto tipo de éxito, que podría haber surgido de un proyecto personal, compartido o debido a mis habilidades; pero los proyectos propios no nacen sin esfuerzo, los conjuntos no funcionaron; y mis mañas necesitaban mucho trabajo, pues mi talento innato no es de genio. Aun así, seguí, y continuo, luchando por encontrar mi hueco en el mundo (musical y vivencial).

De todas esas perlas del pasado (“Nunca sabes el pasado que te espera”), me vino a la memoria, al magín como dirían en mi pueblo, una conversación que tuvimos en tu local, el de la planta de arriba de La Nave, sobre la profesión de músico: Yo acarreaba una incipiente aflicción (que con el tiempo se ha ido convirtiendo en frustración), que me provocaba una melancolía casi modal, pero que era más bien alterada, que se infiltraba en mis opiniones y valores y me hacía confundir aún más mis metas: La realidad de mi fin como músico. 

“Eres un buen artesano”, me repetía mi padre, y yo, desoyéndole, coreaba, “soy artista”

Si hubiera aprendido de chico a aceptar mi verdadero talento (¿Enseñar quizás, ser profesor? Lo cual rechazaba con todas mi fuerzas. Yo quería ser un guitar hero), no te escribiría esto. Te contaría quizá algo más acorde a lo que la mayoría buscamos: Una vida de realizaciones.

Una conversación, venía diciendo, en la que tú me trasmitiste una lección de humildad y gratitud hacia la vida que siempre ha rondado por las esquinas de mi conciencia: “A mi me gusta tocar la guitarra y ser músico. Estoy contento por poder ganarme la vida con ello”.

Pues bien, eso es lo que ahora tengo. Soy un “fontanero de la música”, como yo digo. Un artesano y no, todavía, un “artista”—peligrosa palabra. Alguien mañoso, pero no genial (y qué importa ¿verdad?), que se gana la vida con lo que mejor sabe hacer: Tocar la guitarra. Un personaje enamorado de sus sueños y encariñado con el instrumento que los podría hacer realidad. Una persona que después de tumbos, errores y aciertos ha llegado a un punto en el que lo más importante es construir algo que no sólo sirva para hinchar el ego, sino para ayudar en alguna medida a que la gente que te rodea, sea un poco más feliz.

Alguien que habiendo perdido el rumbo a retornado al origen y ha recuperado la vereda adecuada; la senda que abandoné arrastrado por no se que clase de espejismos (humos y brillos), que dieron al traste con mi relación, mis amigos, mis capacidades, mis futuros… Y que ahora, después de una corta pero intensa pesadilla, ha abierto los ojos a una realidad de acuerdo con sus valores más originales y puros.

¿Cuál es la intención de esta desnudez, este torrente de intimidades que parece una confesión? No es fácil pedir ayuda. Involucras al interpelado en algo incómodo que no se sabe convenientemente si se podrá aceptar, o si bien, con ciertos reparos. Y si no se desea o puede ofrecer ayuda, la cosa se complica. Pedir es un acto de humildad que, por lo demás, deja translucir tu más fiel imagen. En casos de necesidad, uno echa mano de lo mejor que tiene.

En mi caso, lo que busco es, como ya he dicho, encontrar un hueco en el espacio creativo. Ahora mismo mi economía es frugal, pero tengo trabajo, y mi situación sentimental es estable (llevo con la misma mujer 14 años. También la perdí por mis soberbias, pero lo hemos retomado con éxito), circunstancia que me permite vivir al día, pero con cierta estabilidad.

Lo que he rescatado, es la pasión por la guitarra, las ganas de involucrarme en cosas interesantes, de componer y crear en equipo. De tocar por placer sin el agobio de ser “alguien”, sino yo mismo…

Pero nunca se me ha dado bien eso de las relaciones, el intercambio frívolo de ideas y chanzas en bares y lugares estratégicos para conseguir trabajo. No me sé vender; y cada día me gusta menos. Prefiero dejar que las cosas surjan por el camino, y entonces acogerlas con ganas, pues me siento con fuerzas para superar los miedos que puedan atenazarme, ya que lo que busco no es triunfo, sino trabajo con amigos e iguales.

Hasta aquí lo que necesitaba decir. Espero que en adelante, lo que podamos charlar, si nos vemos, sea más divertido, y menos ceremonioso. Abrazos.






martes, 19 de abril de 2011

Sobre comer, toros y demás "costumbres arraigadas", consumos y propósitos de enmienda.

A much@s nos gustaría poder hacer las cosas de la manera más justa posible, pero el sistema que nos abarca no nos permite mucho margen de acción a los comunes. Comer es necesario, pero también lo es saber de dónde proceden y como llegan a nuestras tiendas los productos que utilizamos; la mayoría de las veces con cierto grado de dudosa necesidad: No son imprescindibles muchos de los productos que consumimos, que para ser accesibles, se utilizan recursos naturales irrecuperables (medio ambiente, combustible, campos sobreexplotados, zonas del planeta sumidas en la miseria que se esquilman para rentabilizar el mercadeo especulativo que con los productos básicos se lleva a cabo, etc.).



Hay voces que acusan a los que comemos animales de ser insensibles a los procedimientos de cría, lugares donde se asesina sin remordimiento seres vivos para nuestro disfrute y engorde. Pero una cosa es asumir que no podemos vivir como en una comuna naturista, ni es el caso (aunque siempre podemos estar al tanto de lo que consumimos y limitarnos a lo que honestamente creamos necesario y "ecológicamente" asequible), y otra muy diferente es utilizar y torturar a seres vivos para el regodeo arcaico de unos cuantos, con la excusa de las tradiciones y los puestos de trabajo que genera: Es difícil elegir hoy en día dónde trabajar, y tod@s hacemos lo que podemos para salir adelante; pero a la primera oportunidad, lo correcto, creo yo, es evolucionar hacia el empleo acorde con nuestras convicciones y valores éticos: Yo, sinceramente, no querría trabajar en una empresa de armamento o en otras industrias que se dedican a producir artículos que van en contra de la vida digna de los seres de este planeta. 
(En mi humilde experiencia laboral, muchas veces he preferido trabajar de camarero en pubs y dejar de lado mi profesión (músico) que colaborar con iniciativas contrarias a mi forma de pensar. Otras, no he tenido más remedio que aceptar, pero con la seguridad de dejarlo en cuanto pudiera, aunque económicamente fuera rentable.) 

Es nuestro deber poner un granito de arena para que todas esas costumbres corruptas y perversas que están asolando el planeta se acaben de una vez por todas, aunque muchas estén tan arraigadas (como comerse un fruto tropical a costa de gastar combustible, explotar a los pueblos del tercer mundo y dejar en paro a l@s campesin@s de nuestra zona), que parezca que ya no sabemos vivir sin ellas.

Costumbres que si pensamos un poco no necesitamos para subsistir; incluso cómodamente: Comprar por placer, derrochar, hartarnos a comer, habituarnos a los exotismos y extranjerismos (productos irrisoriamente innecesarios y elitistas, como los "delicatessen" de la cocina "deconstruida") , viajar en coches particulares en exceso, correr en las carreteras, hipotecarnos para conseguir bienes irrelevantes (fomentando la especulación bancaria), ver la televisión como medio principal de ocio, UTILIZAR LA NATURALEZA COMO SI FUERA DE NUESTRA PROPIEDAD, etc.

(Qué fácil es hablar. Veamos cuanto acto se esconde tras las palabras.)




viernes, 8 de abril de 2011

La Espiral 7

«Es hora de hablar. De decirte claramente lo que pienso del panorama que me ofreces. Que me incitas a observar. Aún no tengo formada ninguna opinión clara de lo que esperas de mí, pero me desordenas con tus ruegos. Pones en tela de juicio cualquier acto mío que no se entienda claramente; cuando lo único que busco es solucionar los dilemas que me persiguen. 

»El resultado es una continua lucha por el dominio de la verdad: alternativamente estiramos el sentido de las cosas para que la conciencia que me guía, tome una dirección que se conforme con tus indicaciones o con mis teorías. 

»¡Lo que propones es un suicidio emocional! ¡Qué tendría que abandonar para emancipar mi ánimo! ¿La esperanza de experimentar todo lo que deseo? ¿Fracasar en el empeño de consumar con éxito todas las ambiciones? Que, al fin y al cabo, se reducen a una: De múltiples facetas, sí; laberíntica y endemoniadamente atractiva hasta el punto de que, en ocasiones, me convierto en un reflejo corpóreo de tal afán, pero que, ¡es mi destino! 

»No existe, me insinúas. Yo no lo concibo así. No alcanzo a tan alto conocimiento: La intuición me basta y me susurra todas las noches que me deje conducir. Que no interprete las manifestaciones del destino como un signo de existencia. Simplemente he de canalizar la energía que me infunde su incierta presencia. 

»Lo veo claro y tú me lo quieres arrebatar, pero ya he pactado con él. Y creo que acepta mis condiciones. Sin dobleces. ¿Que procura confundirme? ¿Y qué ambicionas tú, sino desviarme del rumbo acertado que asumí? Ya sabes lo que él piensa del camino y del azar. ¿Acaso no recuerdas que la meta es el abismo hacia el que rodamos inexorablemente, y que por mucho que la esfera altere su rumbo, al final, a pesar de los quiebros, los giros, las estancias y los tiempos muertos, nos colaremos por su boca para ser engullidos? 

»¡Eso es! De mucho eludir la atracción fatal del cometido que nos fue asignado, es fácil rebosar los límites de la espiral y caer, con fuerza destructiva, en otros designios no propios. Arramblar con vidas y futuros ajenos. Permitir que aquellos que tanto importan fracasen; mientras desaparecemos en el olvido de lo inacabado. 

»Estos son los términos del contrato: Yo accedo a sacrificar mi estabilidad sentimental, a perder la oportunidad de formar una familia, a renunciar a una vida solvente; apartaría cualquier rastro de pasión personal o de ambición de éxito mundano. A cambio, mis palabras serían exactas, lenitivas para aquellos y aquellas que las que las escucharan, pues nacerían del amor por el prójimo; mis actos, encaminados por el ejemplo de la acción, construirán un cimiento cultural para que el hombre nuevo surja de la esencia más pura del ser humano: El renacimiento del individuo fiel a sí mismo y a su condición altruista: germen de una sociedad nueva que sepultará los horrores que la historia ha presenciado. 

»Sé por tus desaires que me tachas de iluminado. Atribuyes mis ideas y desvelos a mi mente intoxicada. Sin embargo veo más allá de lo obvio: Me han abierto una puerta reservada y arcana, que sólo es posible franquear en determinadas condiciones de conciencia… más bien de inconsciencia. Es requisito esencial desligarse de la realidad establecida por las leyes del hombre, y abrazar las de la naturaleza. Detrás del umbral aparecen la clave del conocimiento humano y la pócima, que al libar, confiere al inocente la energía indispensable para soportar la soledad del marginado. 

»Debes confiar en mí y abandonar tus recelos. El fin que me he propuesto es admirable y la esperanza que me llena me habla con tonos relajantes. Me serena; y esto es nuevo para mí: Indica el camino bien elegido. 

»El delirio personal de algunas grandes personas, es el motor que mueve su voluntad de cambio universal: Una vía de doble sentido donde el beneficio de muchos es la exaltación del ego de quien lo procura».

sábado, 2 de abril de 2011

Egoísmo altruísta

¿El panorama mundial es reflejo del individuo? Creo que el cambio empieza por asumir, cada un@, su parte de responsabilidad. No podemos negar el impacto de los medios de comunicación, manejados por los intereses financieros; obviar que los políticos que nos dirigen, "elegidos por nosotros", sean incompetentes en el mejor de los casos. No reconocer que el afán de enriquecimiento es lo que promueve la mayoría de las acciones emprendidas en nombre de la solidaridad, sería un error...

Todo esto no es excusa para dejarse arrastrar por la comodidad y el derrotismo. Es un gran proyecto: Convertirnos en seres humanos mejores, más de acuerdo con las necesidades del planeta y de los pueblos que lo habitan. Consumir con medida. Promover la educación y la cultura en nuestro entorno, dar ejemplo a los más jóvenes leyendo, eligiendo la vida sencilla y el ocio creativo, etc. En definitiva, convertirnos en lo que realmente somos: seres altruistas que nos necesitamos los unos a los otros para existir.

Es curioso pero, como muchas veces habréis pensado, cuando te esfuerzas por favorecer a alguien, incluso con un insignificante detalle, un regalo, un beso; hay una parte de nosotros que se infla de orgullo y felicidad. Es tremendamente positivo lograr el bien propio cuando el fin último es el bienestar general.

Si lo pensamos detenidamente, cuando sólo nos preocupamos por nosotros mismos, el precio de las cosas sube. Si haces mal tu trabajo, alguien tendrá que enmendarlo, con el coste extra provocado: horas, material, reinversión. Si no estás cualificad@, y lo que ofreces es mediocre pero barato, quien use tu producto se verá obligad@ a adquirir uno nuevo, con el consiguiente desembolso.Si vamos siempre a lo barato (y malo), los fabricantes honestos que producen buenos artículos, debido al falta de ventas, deberán encarecerlos.

Si no pagamos nuestras deudas o no aportamos nuestra parte para la construcción de un estado del bienestar, los comerciantes se verán obligados a subir los precios para asumir la falta de ingresos y los Estados deberán subir los impuestos para afrontar el gasto público.

Si los sueldos son miserables, la gente no tendrá más remedio que buscar y adquirir, allí donde las ofrezcan, gangas (lo barato sale caro); y esto, completará el circulo vicioso.(Los primeros que no aportan son los más ricos y poderosos. No quieren aceptar que su bienestar también depende de la calidad de vida de l@s "demás". Tarde o temprano la valla caerá por la presión pública.)

Si no nos ocupamos del medio ambiente, de llevar un tipo de vida limpio y respetuoso. Sostenible. Encarecerá el precio del agua, de los alimentos, que cada vez será más inasequible conseguirlos de calidad y económicos. Habrá que contratar más  profesionales que mantengan en buenas condiciones las calles, los campos, los montes. Infinitamente más caro que mantener la naturaleza a salvo, con el agravante de que la iremos destruyendo poco a poco y ya no quedará nada que comer, ni que beber o respirar. Nada que limpiar.

Aunque sólo sea en términos egoístas y pecuniarios, ser insolidarios nos sale caro: Económica y emocionalmente. El egoísmo, de esta manera, pensado como instrumento del bienestar personal, es, teniendo en cuenta que lo público está íntimamente relacionado con lo particular, un arma de cambio social irreemplazable.


Nadie es, ni será nunca nada, sin el “molesto” prójimo. Si quieres que te vaya bien, mejor actuar con egoísmo ayudando a los demás para que puedan, quizá algún día ayudarte. Y mientras lo cotidiano acontece, ahorrarte unos buenos duros.